Una de los principales alicientes de mi escapada a casa en marzo era poder ver a Ion en el teatro. Después de haber compartido la decisión de decir que sí a este proyecto a pesar de lo que suponía en tiempo y kilómetros, después de haber participado en los ensayos de su superparrafada , y de haber vivido los momentos en los que hay que asumir con humildad que tu papel es necesario pero no brillante. Después de todos estos momentos vividos, iba al teatro con muchás, muchísimas expectativas. No me defraudarón en absoluto.
Para darle el toque personal y divertido tuve que equivocarme y entrar en una obra que no era, en una obra en la que además le sacaron a Juan al escenario y aunque ya para entonces sabíamos que ese no era nuestro sitio, no podíamos irnos porque Juan estaba en mitad del escenario, a mi me daban ataques de risa y de nervios de pensar que no llegaba a verle a Ion.
Conseguimos escapar ante la mirada atónita de publico y actores de Tuto Verdi y entrar en Godot después de suplicar a una chica que estaba en la puerta. Juan le decía: es que es la madre, es que su hijo actúa. Nos dejo entrar bajo la promesa de no hacer ruido.
Por fin sentados, mirando al escenario, allí estaba Ion, vestido de perro y con gesto y actitud de perro sumiso. Tenía mucha presencia en el escenario y me gustó.
Pasó el primer impacto y le cogimos el punto a esa espera tan absurda y tan cargada de sentido. El movimiento en escena era muy plástico y muy dinámico y resultaba muy fácil de ver. Jon adquirió cierto protagonismo anunciando el final de un acto y el comienzo del siguiente, ya no era perro, era algo más parecido a un adonis
Además de presencia tenía un cuerpo, que tengo que decir que para una madre es toda una satisfacción verlo en escena. Vamos, que estaba contentísima y no solté el BRAVO!!! prometido porque tampoco quería quitarles protagonismo y mi numerito ya estaba montado.
Cada vez más dentro de la obra, más dispuestos a la risa y reconociendo mejor en esa espera tediosa y ridícula, a Godot, al absurdo de la naturaleza humana, a Bequett y a tantos recuerdos de una juventud literaria todavía cercana.
Llego el momento estelar del sermón de Lucky y salió perfecto, Lucky habla que te habla mientras Vladimir y Estragón salían del escenario y se movían entre el público y todo era uno y todos participábamos del sinsentido.
Lucky Ion, afortunado Ion. Gran oportunidad la tuya de vivir en escena, gran oportunidad la mía de disfrutar viéndote actuar. Y eso, que no hay que dejar pasar las oportunidades. Que suenen los aplausos.