Ayer estuve en Cádiz, sentada en la Plaza de San Juan al sol de invierno. Qué gusto cuando te cala hasta los huesos. Dormitaba y descansaba de un largo paseo mientras me servían un café.
Cuando siento que estoy haciendo algo aprendido de alguien querido, ese alguien cobra vida y presencia y de pronto la vida se me presenta como un fluir lleno de armonía.
Papa venía a Cádiz en el vaporcito temprano por la mañana, lo recogíamos tarde al mediodía, lo estoy viendo en la plaza de San Juan con su copita de fino quinta, plenamente satisfecho de su mañaneo por Cádiz. De vuelta al Puerto, en el coche, siempre contaba alguna anécdota que resaltaba la gracia, la alegría y el saber vivir de los gaditanos.