Ayer compré un solomillo de pavo y hoy me he dispuesto a prepararlo asado. Como no tenia un poco de cordel para atarlo y Román ya no es lo que era y su caja de herramientas está muertita de hambre, he salido a Valdés a para hacerme con la cuerda.
Para un cachito de cañamo me he tenido que coger un ovillo bien grande, y todavía agradecida porque las gomas de borrar y los lápices vienen de cuatro en cuatro o de cinco en cinco. El ovillo de cordel iba por unidades, eso sí rodeado de cartón y plastico para aumentar la basura.
Volvía a casa con mi ovillo dentro del plástico buscando cuantos metros tenía aquello y me han venido a la memoria los redondos asados de casa de mi abuela.
¡Qué rico estaba el redondo asado!, lo estoy viendo en una fuente grande con pure de patata a los lados. Lo recuerdo también en la cocina bien atado con su cuerda sobre la tabla de madera. Muchas veces iba yo a por la cuerda a la tienda de Angelines.
La abuela me daba dos reales para que le trajese un cachito de cordel que Angelines cortaba con su tijera de un ovillo grande lo recogía ayudándose de dos dedos y lo envolvía con un poco de papel de periódico. Yo le entregaba los dos reales y en lugar de las vueltas Angelines me daba un chicle bazoca. Bazoca americano me decía. Aquella tabletita de chicle aparece en mis recuerdos como uno de los sabores y colores preferidos de la infancia.
Ya en casa, he atado el solomillito, nada que ver con los magníficos redondos de casa de la abuela Ángela, pero apachadito él. He echado unas fotitas pensando en guardar mi recuerdo.
Al guiso le he añadido un buen chorrete de buen vino de Jerez y no veas como me ha quedado
Las cosas no son como entonces pero también es verdad que no cualquiera puede decir como yo hoy “ tengo cuerda para rato”.