Llevo unos años aprendiendo a mirar, tratando de incorporar la imagen a un proceso creativo que consiga una conexión directa entre lo que siento y lo que vivo.

Ya tengo edad de saber bien que la vida tiene fecha de caducidad, que es muy importante que cada uno lleve las riendas de la suya, edad de conocer la intensidad del dolor y del gozo y de experimentar su fragilidad.

Y estos saberes que llaman experiencia me llevan a valorar mucho la creatividad. Crear, innovar, saber buscar soluciones originales, me resulta cada día más importante y pongo mucho empeño en lograrlo.
Me propongo escribir sobre todo porque para mí escribir implica una total consonancia con mi yo más profundo que necesito conocer y dar a conocer.
Me propongo también aprender a mirar que para mi significa aprender a vivir lo que sientes y a sentir lo que vives. Tener los ojos siempre atentos y la mente abierta a la duda, al juego, a la curiosidad, a la exploración, a soñar, a viajar, a descubrir.
La creatividad me obliga a cierta disciplina y orden que me convienen mucho y me cuestan muchísimo. Me obliga a reflexionar y a materializar mis ideas, me exige superar el miedo a equivocarme. Me pide calma, soledad, reflexión y silencio y como compensación inmensa me enseña a actuar.
A actuar que no es lo mismo que hacer, como estudiar no es lo mismo que hacer los deberes. Actuar significa siempre hacer bajo una idea, un proyecto. Quise llegar a Chaouen para buscar la sencillez la autenticidad, el silencio. Para vivir lo que siento y sentirme viva y para mantener vivo el proceso creativo interior. Ayer por la tarde lo vivi así y hoy por la tarde me exijo actuar con calma y pensando en alto.