Mi madre fue siempre un personaje muy singular con mucha personalidad, yo no conseguía llevarme bien con ella, era poco dada a exteriorizar sus afectos y fantaseaba con la realidad, estas dos cualidades no encajaban en mi manera de ser.
Con la edad y sobre todo cuando empezó su enfermedad se agudizó esa capacidad de fantasear y de hacer cosas fuera de toda lógica. Me empeñe durante un tiempo en conducirla al camino de lo racional y discutir con ella de forma que ahora siento como ridícula. Son espinitas que tengo clavadas esos intentos tenaces de conducirla por un camino que no era el suyo.
Fue perdiendo la memoria y pasábamos largas temporadas en el Puerto de Santa Maria aquella terraza frente al mar le sentaba de maravilla, yo iba perdiendo en mis intentos de convencerla.Hubo momentos de tensión. No era nada fácil asumir su enfermedad.
Salíamos todas las tardes a dar un paseito y a sentarnos en una terraza, si le decía que cogiera la chaqueta me decía que nunca tenía frio y qué tontería mi empeño en tratar de convencerla. Se vestía con gusto, siempre lo tuvo, pero como toque final cogía una visera vieja de los nietos, o la bolsa de la playa con toalla incluida porque tenia un color alegre.
Yo me desesperaba, le decía que así no salía, le decía que estaba ridícula, que si no me hacia caso… Me ganaba siempre. Siempre. Y llegó un momento en que aprendí a entenderle, a seguirle en su fantasía y a disfrutar de ella, si se ponía una visera yo cogía otra, si se colgaba la bolsa de la playa celebraba lo guapa que le veía y no cogía chaqueta porque ella nunca tenia frío pero yo la metía entre mis cosas.
Me enseñó muchísimo vivir esas temporadas con mi madre. Aprendí a relativizar, a querer sin condiones, a respetar sus ausencias, a interpretar el vacío de su mirada y a celebrar la alegría de estar juntas.
Hoy he recordado sus viseras y he encontrado la foto que sabía que nos habíamos hecho. Me ha enternecido su carita y mi satisfacción. Y como sé que es saludable poner negro sobre blanco tantos sentimientos guardados, los recojo aquí satisfecha de haber pasado parte de la tarde con mi madre y en su recuerdo me voy a poner una visera para ver la puesta.
Siempre fue cariñosísima con nosotros y siempre desprendía una personalidad enorme, como buena Gortazar. “El que a los suyos parece, honras merece”.
Muchas gracias Luis Beltrán sí era única y es verdad que a lis Hormaechea os quería muchísimo.
Un abrazo muy grande